El beato Paolo Manna era un antiguo misionero en Birmania, regresado por enfermedad. Tras haber experimentado en persona las enormes necesidades de la evangelización del mundo, fundó la Unión Misional en 1916, para fomentar el apoyo desde la “retaguardia” de la misión.
El padre Manna tenía muy claro que la responsabilidad misionera no podía circunscribirse a los misioneros que se encuentran a miles de kilómetros, volcados en su labor evangelizadora y de servicio a los pueblos de los territorios de misión. Para que la animación y formación misionera llegara a toda la Iglesia, había que comenzar, sin duda, por los pastores y el clero diocesano. A estos, pensó, les correspondía instruir a los fieles y organizarlos en favor de la actividad misionera de la Iglesia.